lunes, 29 de octubre de 2012

El fin de los tiempos

Con lo del huracán Sandy y todo ese apocalítico escenario de Nueva York en la mierda, pareciera que los Mayas no se han equivocado. Ojalá que no. Tengo muchas deudas y el fin del mundo es como un alivio para todo los que figuramos como sujeto deudor. Pero no todo en el apocalipsis es bonito, en especial cuando yo tengo una visión un poco surrealista de como será el litigio.

El fin de los tiempos llegará en un feriado y la gente se irá derechito al purgatorio en caravana, tal y como se van a la playa. Pitbull sonará en aire y todos los televisores estarán sincronizados para transmitir talkshows o programas de viejas cotorras en su crisis de los 40, como Así somos. Nosotros brindaremos mientras eso sucede. 

En el averno todas las mujeres serán iguales a Fanny Lu, desde su intelecto hasta su asqueroso timbre de voz. Allá, ellas guiarán a la gente para que hagan fila en una columna igual a la de un banco en quincena de fin de año. Los que quieran llamar para adelantar un turno serán atendidos por los mismos del call center de Claro, como para que los dejen mamando mientras esperan con el auricular pegado a la oreja. 

Durante el fin del mundo tocará manejar en pleno tráfico de las 19:00 en la avenida de la Américas, eso mientras le contestas una llamada a tu ex, borracha, que te reclama por todas las mierdas que hiciste. Y por alguna razón no puedes colgar. 

Al fin de los tiempos la gente lo celebrará navidad, y eso es porque la gente es idiota. Será como ir de compras un 24 de diciembre por la tarde. Las personas con sonrisa en la jeta se gastarán toda la plata que no tienen en regalos que compañías como Apple se encargarán que para junio estén desactualizados. Y claro. la compañía fundada por Jobs patrocinará todo el embrollo. 

El desfile del fin del mundo será un parranda a lo concierto de David Gueta, pero en forma de marcha en donde todo aspirante a reguetonero escoltará a un hipster de lentes Ray-Ban de marco blanco y grueso. La marcha será caminada por jóvenes menores de 25 años, desempleados que creían fervientemente que el espectáculo los iba a sacar de la pobreza. 

Durante el apocalipsis, todas la compañías de bebidas azucaradas contaminarán las tuberías de agua potable, haciendo que la gente no tenga más opción que beber sus aguas azucaradas (que es su sueño), garantizando que todo el mundo se vuelva diabético, para que se mueran. 

El fin del mundo lo veremos a través de un streaming, vía YouTube, porque los canales de televisión habrán quebrado y los periódicos habrán dejado de imprimirse hace 5 años por falta de lectores. El Internet le ganó la batalla a todo el mundo y convirtió a los niño en zombies que lo único que saben hacer es buscar en Google. 

Wikipedia se convertirá en la nueva Biblia y los emoticones remplazarán a las expresiones. Facebook desarrollará un botón en el que los hombres puedan depositar su semen a la espera de una mujer que los encuentre atractivos y quiera crías con él. Así la página de Marc Zuckerberg habrá cumplido todo cometido. 

Durante el fin de los tiempos el único organismo de control que quedará en pie será la Comisión de Tránsito, y todos sabemos como es que ellos organizan las cosas. 

De alguna forma los gringos ya habrán sabido que toda esta vaina se venía y habrán fundado una colonia autosustentable en la luna, un lugar a donde solo se puede viajar si se tiene una especie de 'visa lunar'. Pero la visa nos será negada por algún tipo de razón boba que siempre encuentran para bloquearnos y dejarnos clavados en esta mierda de lugar en el que vivimos. 

Pero a mi me dan mas miedo las deudas que las inundaciones, por lo que espero que todo esto del huracán sea el inicio del fin. Igual no servirá de mucho. Sandy no joderá tanto a los gringos como a nosotros el fenómeno del niño. Igual, los gringos son los que no están acostumbrados a todas las vainas que yo dije arriba. Para ellos todo será extraño, porque el fin del mundo no es más que un día como cualquier otro en Ecuador. 

lunes, 22 de octubre de 2012

Todo es estúpido

Emilio Palacio gana un premio de periodismo en España y yo me desenamoro de la profesión cual quinceañera cuerneada por su primer amor. Dicen que galardón se lo dan por apoyo a su condición de 'perseguido político'. No me parece. Al hecho lo encuentro estúpido en realidad. Todo es tan estúpido.

Es estúpido que mil millones de personas, cual idiotas, hayamos visto a un hombre lanzarse desde la estratosfera en clavado hacía la tierra, en directo. Ahora lo celebramos como si el tipo hubiese hecho algo como curar la polio o erradicar el sida. Lo cierto es que todos, en secreto, rogábamos por ser testigos del suicidio más sintonizado de la historia. A la final el paracaídas se abrió y el tipo llegó sano y salvo a la tierra, eso mientras que Red Bull registraba un bajón del 40% en el valor de sus acciones. Luego de senda cagada los ejecutivos de la marca se dieron cuenta lo idiota que era patrocinar algo de esa índole. Más barato les salía patrocinar una eutanasia.

Me resulta idiota que a Lance Armstrong le quiten todos los premios de su carrera porque dicen que se dopó. Todos los atletas de élite (los que ganan millones en contratos publicitarios) se dopan. Es más, la idealización de los deportistas me resulta enfermiza. No le veo el punto a admirar a gente inútil a la humanidad. Eso de dedicarse todos los días a lograr 'metas personales' me repugna. ¿Qué le contribuye a la humanidad alzar una tonelada de peso, meter más goles en un arco o correr 100 metros en 8 segundos? Me da arcadas la cantidad de dinero y recursos que se gasta en la preparación de esta gente para más de convertirse en pancartas publicitarias de carne y hueso. Si no miren a Cristiano Ronaldo, maniquí de una marca de shampoo.

El arte es una cagada. Es una forma más de entretenimiento, una avanzada evolución de las manualidades. Como raza fracasamos al elevarlo a la categoría superior, casi sublime. Nos encanta hacer esto. Ya admiramos a reyes, deidades invisibles en el cielo que hasta ahora aparecen, y ahora es el turno de las celebridades, esas a las que se les paga millones por ponernos a aplaudir. Eso sí, no cualquiera puede ser artistas, y eso que en nombre del arte hay mucho vago perdiendo el tiempo.

Porque para no darse cuenta que el dinero que reciben los artistas famosos está mal, hay que ser un imbécil. Todos somos idiotas. Todos. En el primer mundo hace fila durante días para conseguir el último teléfono inteligente del mercado, la última cámara de fotos, lo último de lo último aunque lo que tengan aún les funcione perfectamente. En África llevan décadas decapitándose y creyendo que comiéndose a los albinos tendrán vida eterna. En Asia se rompen la nalga por hacer todo el trabajo industrial que el resto del mundo no quiere hacer y no entiendo porque no se revelan al respecto, si lo que les pagan es un crimen. En América del Sur celebramos ser la cuna de los futbolistas que van a parar a clubes europeos, porque no somos más que el mercado emergente. Siempre en desarrollo, jamás desarrollado. ¿Y no nos damos cuenta que todo esto en un absurdo?

Todo es tan estúpido. Me encanta pensar que, a veces, cuando me pierdo y disfruto de las idioteces, las cosas tienen sentido, pero no es así. Los inservibles debates en internet, las posturas discrepantes, las fiestas y los bailes en discotecas con gente semi en pelotas.

Lo cumbre es que celebramos cada cosa, cada bobera, cada logro insignificante de un hijo en una actividad que no tiene futuro. Nos maravillamos por cada pirueta en patineta, por cada vez que las personas se arrojan al vacío, a suicidarse, pero no les sale. A eso le dicen deportes extremos.

A cada cosa que hacemos la justificamos en nombre del placer, de las risas y el regocijo; no somos más primates que logramos controlar nuestro ciclo reproductivo. El placer no es más que una motivación biológica para mantener viva la raza y ahora, con tanto estímulo, es el motor de existencia de la raza. ¿O usted no hace todo en torno a fascinar al sexo opuesto con tal de llevársela a la cama?

Todo es estúpido. Trabajar durante años para enriquecer a alguien más, que el banco te debite plata por claquier idiotez y que tu no digas nada; pagar por agua embotellada, tener hijos, emborracharse y hasta escribir; pero incluso en cada una de esas vainas hay una persona que lo hace mejor que los demás. A estos entes se les da un premio, como a Palacio, a Armstrong, a Ronaldo o a Baumgartner, premios que como los del ciclista, con un mandato, le pueden ser arrebatados, o como el del 'periodista', que con la misma orden, le pueden ser otorgados. Maldita raza.

Y pensar que toda esta mala cantaleta nace de la decepción del premio que le dieron a un tipo que ni sabe escribir. 

martes, 16 de octubre de 2012

No más celulares en los baños

Ya no puedo ir al baño sin mi celular. No puedo ir al lugar sin ponerme nervioso al no poder revisar el Twitter, chequear el Instagram o ver algún video en Youtube. Antes, nuestros padres, tenían revistas o libros que hacían un poco más productiva la espera del descenso del bolo fecal. Ahora en el baño la mierda no solo la expulsamos nosotros sino que también nuestros teléfonos.

Es triste pensarlo. Se supone que el baño es el lugar más personal de nuestro hogar y de nuestro lugar de trabajo. Hoy, el baño, se ha convertido en un lugar más invadido por las redes sociales. La gente hace mofa de sus desperdicios en Twitter y las niñas, las más idiotas, se toman fotos con los calzones abajo para subirlas al Facebook. La foto frente al espejo y el retrete en el fondo, me parece, es una necesidad biológica (como lo es el orinar) para las quinceañeras con smartphone nuevo.

Hoy el baño es un lugar divertido y no se supone que debería serlo. Bueno, solo para los adolescentes que lo usan para masturbarse.

A ese cuarto lleno de azulejos uno iba a, por unos instantes, encontrarse consigo mismo. Ya sea para esa actividad inmunda de 'hacer la 1 y la 2', cepillarse los dientes o ducharse, en el baño uno se encontraba consigo mismo, desnudo o parcialmente desnudo, libre de todo complejo y/o vergüenza.

De pequeño recuerdo que yo jugaba frente al espejo; quería ver si en algún momento me podía mover más rápido que mi reflejo. Hoy lo único que hago es revisar el celular o inspeccionar que la videollamada no esté abierta y así ahorrarme algún bochorno en bolas que pueda hacerse viral en internet.

El celular le quitó esa estampa de templo que tenía el baño. Al menos, para mi, este cuarto era ese templo en donde uno podía verse al espejo, hacer muecas, creerse alguien más; existe también algunos enfermos que cantan en la ducha y está bien, eso es lo que se hace en el baño: perder la vergüenza para encontrarse con uno mismo. Es casi lo que se supone deberían ser los confesionarios cristianos.

Ahora el celular y sus notificaciones, las fotos en Instagram y demás vainas no hacen más que quitarnos atención de nosotros mismos y volcarla a una diminuta pantalla en la que proliferan ejemplos idiotas y modelos de compañías que no hace sino recordarnos que esa imagen que vemos en el espejo, la nuestra, debe darnos vergüenza. La publicidad encontró la forma de colarse hasta el baño.

¿Es mi culpa? Sí. El que desarrolló esa dependencia a las redes sociales fui yo. Claro, seducido por los estímulos visuales más deliciosos o los chistes más puercos (en el caso de Twitter), hacen del teléfono un ítem más indispensable para el baño que el mismo jabón.

El otro día no más, en la oficina de mi mamá, tuve que ir de urgencia al baño. El intestino se puso juguetón y tuve que meterme al cuarto con el retrete de golpe, sin ver que había dejado mi celular afuera.

Al interior del baño y tras notificar que estaba sin mi smartphone, y con los pantalones abajo, salí un momento del lugar para recoger mi celular. En el momento que abrí la puerta, una señora ingresó a la oficina de mi vieja y yo, cual pervertido, estaba en la mitad con los pantalones abajo. No me tocó más que meterme al baño sin mi celular.

En ese cuarto, y sin ese pedazo de tecnología, recordé todo eso que me gustaba de la intimidad del baño. Ese silencio, el periodo de reflexión que uno alcanza en esos minutos. En el piso había una revista del 2002. Me devoré un unos cuatro artículos. En el trayecto descubrí sobre la vida de Roberto Saviano (es escritor de Gomorra) y, para mi desgracia, sobre consejos de hidratación que mejoran la digestión de las personas. Cosas que uno no aprende con el celular en la mano.

Al salir del baño lo primero que hice fue salir a tomar mi celular para revisar de todo lo que me había perdido en ese tiempo. Igual, no valía la pena. Entre chistes sobre el aborto y par de fotos de comida, más aprendí con la revista y más me divertí pensando: ¿quién carajo diseña los dibujitos que van impresos en los papeles higiénicos?

Eso pienso sin mi celular. Tampoco esperen que reflexione sobre Nietzsche. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Mi cuchillo


En mi bolsillo derecho cargo una navaja Remington de fabricación china. Es un objeto bonito: un pedazo de acero inoxidable cubierto por dos capas de fibra de carbono que, desde que lo compré, no ha servido más que para perforar el orificio en los botellones de agua antes de ponerlos en la máquina distribuidora de este líquido, que hay en mi oficina. El cuchillo lo llevo por si algún día me quieren pegar o asaltar (con un cuchillo, con una pistola me haría el idiota no más) y así ahuyentar o hacer pensar dos veces a la amenaza. 

Hay quienes dudan de si lo usaría o no. Yo tampoco lo sé, solo lo cargo por precaución, lo porto como un adolescente virgen lleva un condón en la billetera, 'por si las moscas'. 

Tengo que confesar que si me da mucho miedo tener que utilizar mi navaja. No por remordimiento, eso no, es más, yo creo que el problema delincuencia disminuiría a punta de puñaladas. A mi lo que me da miedo es que si me toca usarlo, puedo ir preso. 

Acá, en este país, es como el país de las Maravillas que visitó Alicia: nada está bien. En este pedazo de tierra es mejor dejarse robar que defenderse. Pareciera que acá el pelear por las cosas que tanto le han costado conseguir es absurdo. Le pasó hace un año a Carolina Jaume, la presentadora de televisión nacional. A ella le quisieron arranchar cartera cuando manejaba por una avenida de la ciudad. Un tipo se metió por la ventana para quitarle sus cosas, pero ella alcanzó al golpear al ladrón, no se cómo lo habrá hecho con esos brazos de fideo (tiene que haber sido la adrenalina), que consiguió partirle el tabique al delincuente. Un patrulllero de la policía pasaba por ahí y se detuvo a ver que pasaba. En resumen, a ella casi la llevan presa por agredir al ladrón. Es más, a Jaume le tocó pagarle los gastos de hospital del individuo en mención. De repente el país de Alicia parece un lugar normal.  

Un busca responsables y ahí es cuando la cosa se torna difícil. Me es imposible acusar a la policía como culpable de esto. Alguna vez hable con ellos, hace tiempo, cuando hacía un tema sobre inseguridad y uno de ellos me dijo: "estamos jodido. Hay que acatar las leyes, y las leyes acá no siempre tiene la razón". Me lo dijo decepcionado, con ese rostro de un niño que descubre que su papá no es el mejor hombre del mundo. El uniformado me contó esto mientras relataba una anécdota de como había detenido a un tipo robando pero que lo tuvieron que dejar libre por 'falta de pruebas'. "¿Para que poner la vida en riesgo entonces?", remató el gendarme. 

Solo un par de minutos antes de escribir este texto me tocó presenciar un robo. Lo vi desde la acera que cruzaba la calle en donde sucedió el delito. Desde mi posición vi como una mujer le arranchaba un paquete a una señora mientras esta forcegeaba para que no se le lleven su posesión. Yo, helado, metí la mano en mi bolsillo buscando mi navaja, alerta por si esa mujer cruzaba la calle e intentaba lo mismo conmigo. Pero no. Antes de que el tráfico se detuviese, la ladrona corrió en sentido opuesto, metiéndose a un parque contiguo a las calles donde aconteció esto. Me sentí mal con la señora, y aún más conmigo mismo por no poder hacer nada. Igual, no creo que hubiese hecho mucho. 

Cuando usted termine de leer este post será la última vez que porte mi navaja. Ya no me puedo arriesgar, pónganse que un uniformado lea esto y quiera requisarme para encontrar un objeto corto-punzate en mi poder. Yo iría a la cárcel, a una prisión de un país donde uno no tiene derecho a defenderse. 

martes, 2 de octubre de 2012

Campañas

Incluso antes de bañarme y cepillarme los dientes, por las mañanas, lo primero que hago es revisar el Twitter. Es por eso que lo primero que me tocó ver, entre dormido y despierto, hoy en la mañana, fue la foto de un perro con cáncer en los testículos. Sí, de a poco esta red social se va llenando de los mismos anormales 'activistas' de los que pensábamos habíamos huido al abandonar Facebook. Nos equivocamos.

Las bobas cadenas de oración y demás idioteces ya llegaron y estoy seguro que no se van a ir: las cuentas evangelizadoras, las de poesía barata, incluso una clase de cuentas que odio más que las que andan proclamando que un zombie crucificado hace dos mil y tantos años me ama, esas, las de motivación personal. Si alguien está deprimido, que se emborrache o meta un tiro, punto. 

El colmo de los colmos llegó hoy que me topé con una cuenta de Twitter en contra del aborto. Ni los testículos magullados del perrito me causaron tanto repudio como el hecho de que exista una cuenta que busca, con los argumentos más imbéciles, convencer a todos de que cada eyaculación merece un nombre*. 

Porque mientras acá crean cuentas de 'concienciación' a favor de la vida, una ONG holandesa "Women on Waves", recorre el mundo en un barco clínica, llegando a los puertos más importantes del planeta para realizar abortos a mujeres que aún no desean, no pueden, por condiciones económicas o falta de madurez, ser madres (que en mi opinión personal es lo más acertado). Eso, señoritas y señores, es hacer algo por la humanidad, no escribir frases idiotas y fastidiarle la existencia a las personas. Pero entonces pensé ¿Para cuando entonces el submarino hunde-barcos-pro-aborto? Porque bien que el Vaticano, 'arduo defensor de la vida', podría costear un flota entera de estos. Digo. 

La gente, me incluyo, es especialista en abrir la boca. Eso de participar en campañas dando RT, posteando fotos y participando en debates tarados es lo único que hacemos y sabemos hacer. Nos encanta vendernos con imagen pura, solapar toda falencia nos encanta. Es más, hacemos campañas enteras para convencer al mundo que estamos en lo correcto. Y déjeme decirle que si usted debe gastar dinero para convencer al mundo de algo, es porque eso/él no lo es.  

La más idiota de las campañas, que de paso es una que pagan con mi dinero, es esa ridiculez de "Ecuador ama la vida". Somos un país que tanto idolatra la existencia, en especial de los extranjeros, que nuestros criminales no los dejan salir del país. Sí, así como pasó con la australiana e inglesa que secuestraron en la selva, así amamos la vida. El mundo entero se ha enterado de nuestra devoción a la existencia que las embajadas hacen una severa advertencia a los viajeros de sus países sobre el riesgo de venir pa' ca'. 

Uno tiene que entender que si alguien hace una campaña promoviendo una imagen positiva es que algo realmente está jodido. Miren no más los bancos, siempre mostrándose amigables cuando en realidad todos sabemos los hijos de puta que son. El otro día no más la entidad financiera en el que yo guardo mi dinero, ese que se jacta de darme siempre tenerme confianza, me cobró 2,50 dólares por emitir un cheque de gerencia, todo para certificar que yo iba a usar mi dinero de forma 'correcta'. ¿No se supone que confían en mi? Es más, era mi dinero, ¿qué carajo les importa? 

Pero como buen tuitero y ecuatoriano que soy, lo que hice fue pagar el dinero, coger mi cheque y ahora escribir un post sobre lo mucho que me molesta. Yo soy como esa gente que hace campaña contra el aborto en Twitter: me quejo pero no hago nada al respecto. Tampoco es que pueda hacer nada, esto no se trata de ir con un barco por el mundo, representando a entidades bancarias y no cobrando 2,50 por la emisión de un cheque. No se puede. Además, para mi la solución sería quemar las instituciones que odio, pero nadie me secunda y además iría preso.  

Lo único que nos queda es hacer campaña, campaña contra las campañas y contra la entidades que hacen campaña. Y no hay mejor lugar para esto que en Twitter: una plataforma en la que promocionaré este post tan nocivamente como ustedes publican fotos de perros con cáncer testicular.

*La frase 'la gente piensa que cada eyaculación merece un nombre' es de autoría del comediante George Carlin. La tomé porque bien encajaba en el texto,