Me han robado dos veces en la vida. La primera cuando tenía 12 años, en el Cerro Santa Ana, junto a toda mi familia y con un ladrón apuntándole una recortada de frente a mi madre; y la segunda vez en Colombia. La única vez que fui para allá, me robaron.
En ambas ocasiones mis conocidos se alegraron de que no me haya sucedido nada, de que haya regresado con a salvo de las traumáticas experiencias, y de que tuviese la fortuna de vivir para contarlo. Pero en realidad jamás regresé completo. Al menos no de la segunda de mis experiencias.
En mi viaje a Medellín se me robaron mi primera cámara: una Nikon D2H, vieja para el año que me la robaron pero último modelos en el 2002. Seis megapixeles y modo ráfaga de 8 disparos efectivos por segundo. Un juguete carísimo.
Para comprármela (se la adquirí a un amigo fotógrafo de un periódico) tuve que dejar de comer en la calle como por 2 meses. Tuve que ahorrar dinero, además de trabajar horas extras. Toda una parte de mi vida entregada en su totalidad al objetivo de tener cámara. Y eso me da mucho que pensar.
Porque el común denominador dice que 'lo material se recupera', pero lo que no podemos recuperar es el tiempo y esfuerzo que destinamos para conseguirlos. No podemos recuperar la vida que gastamos para adquirir lo que tanto queríamos. Es decir, ese objeto simboliza un pedazo de nuestra vida y ¿así de fácil nos los dejamos arrebatar?
Cuando alguien nos roba nos está arrebatando una parte de nuestras vidas. No es un objeto material recuperable, es una fracción de nuestra existencia que se desprende a la fuerza de nosotros.
Y en la actualidad no tenemos la opción de defender nuestra vida. Quien nos lo quita puede hacerlo con la venia de que hay leyes que los aparan, a su violencia y demás, pero de nuestro lado, debemos solo aguantar.
Recuerdo una vez, Carolina Jaume, la presentadora, quisieron arrebatarle el celular; ella iba en su carro, en la Av. de las Américas cuando un tipo metió su brazo y cabeza por la ventana del automóvil de ella para sustraerle su celular. Ella, en un arranque de desesperación, optó por golpear al tipo hasta que este este, sangrando, salió de su vehículo. La anécdota de la presentadora hubiese terminado bien si ese fuera el final, pero supe, de testimonio de ella, que el ladrón la denunció, y ella tuvo que pagarle el hospital por la nariz que le rompió. Ella lo contó, aún indignada, una vez que me tocó fotografiarla.
No puedo ser partidario de la idea de 'lo material se recupera', porque no es así de sencillo. Cuando nos roban nos arrebatan horas en las que no vimos a nuestras familias para ganar un poco más de dinero; cuando nos roban nos están quitando esos momentos que pudimos haber aprovechado paseando, pero que los usamos para horas extras en el trabajo.
Yo por lo pronto he vuelto a cargar mi cuchillo en mi bolsillo, una daga con la que podría, así como no, defenderme, y a mis cosas, si intentasen robarme.
Porque el materialismo no es solo una filosofía que excluye lo espiritual, per se, es una forma lógica de entender que no son 'cosas' las que tenemos, sino que son extractos de nuestra vida.
En ambas ocasiones mis conocidos se alegraron de que no me haya sucedido nada, de que haya regresado con a salvo de las traumáticas experiencias, y de que tuviese la fortuna de vivir para contarlo. Pero en realidad jamás regresé completo. Al menos no de la segunda de mis experiencias.
En mi viaje a Medellín se me robaron mi primera cámara: una Nikon D2H, vieja para el año que me la robaron pero último modelos en el 2002. Seis megapixeles y modo ráfaga de 8 disparos efectivos por segundo. Un juguete carísimo.
Para comprármela (se la adquirí a un amigo fotógrafo de un periódico) tuve que dejar de comer en la calle como por 2 meses. Tuve que ahorrar dinero, además de trabajar horas extras. Toda una parte de mi vida entregada en su totalidad al objetivo de tener cámara. Y eso me da mucho que pensar.
Porque el común denominador dice que 'lo material se recupera', pero lo que no podemos recuperar es el tiempo y esfuerzo que destinamos para conseguirlos. No podemos recuperar la vida que gastamos para adquirir lo que tanto queríamos. Es decir, ese objeto simboliza un pedazo de nuestra vida y ¿así de fácil nos los dejamos arrebatar?
Cuando alguien nos roba nos está arrebatando una parte de nuestras vidas. No es un objeto material recuperable, es una fracción de nuestra existencia que se desprende a la fuerza de nosotros.
Y en la actualidad no tenemos la opción de defender nuestra vida. Quien nos lo quita puede hacerlo con la venia de que hay leyes que los aparan, a su violencia y demás, pero de nuestro lado, debemos solo aguantar.
Recuerdo una vez, Carolina Jaume, la presentadora, quisieron arrebatarle el celular; ella iba en su carro, en la Av. de las Américas cuando un tipo metió su brazo y cabeza por la ventana del automóvil de ella para sustraerle su celular. Ella, en un arranque de desesperación, optó por golpear al tipo hasta que este este, sangrando, salió de su vehículo. La anécdota de la presentadora hubiese terminado bien si ese fuera el final, pero supe, de testimonio de ella, que el ladrón la denunció, y ella tuvo que pagarle el hospital por la nariz que le rompió. Ella lo contó, aún indignada, una vez que me tocó fotografiarla.
No puedo ser partidario de la idea de 'lo material se recupera', porque no es así de sencillo. Cuando nos roban nos arrebatan horas en las que no vimos a nuestras familias para ganar un poco más de dinero; cuando nos roban nos están quitando esos momentos que pudimos haber aprovechado paseando, pero que los usamos para horas extras en el trabajo.
Yo por lo pronto he vuelto a cargar mi cuchillo en mi bolsillo, una daga con la que podría, así como no, defenderme, y a mis cosas, si intentasen robarme.
Porque el materialismo no es solo una filosofía que excluye lo espiritual, per se, es una forma lógica de entender que no son 'cosas' las que tenemos, sino que son extractos de nuestra vida.