Tengo 5 notificaciones en el celular de clínicas invitándome a cortarme parte de la panza, a desterrar de mi toda esa grasa que gané cuando el mismo celular me notificó que había una promoción de dos pizzas por el precio de una. Y las marcas saben cuando paso cerca de ellas, porque me mandan una notificación cuando estoy su barrio. Ellas me hacen acuerdo de que ya no las visito. Les importo.
Tengo a Rovio y sus Angry Birds diciéndome que no les he prestado atención, a decenas conocidos que me gritan para que les regale una vida, así sea para que se la jueguen, una vez más, en un azar de mierda en el puto celular. Pero tengo su atención.
Tengo decenas de fotos de hembras más buenas que la Madre Teresa de Calcuta que me miran con sus ojazos, desde la pantalla de mi celular, a través de esa maldita selfie con la que están obsesionadas. Pero me miran.
Tengo cientos de likes en mis fotos, y otras decenas de toques en el Facebook, tengo miles de compañías que me llaman por mi nombre, 'Jorge, aprovecha esta oferta', en el mail, y en la cafetería de turno me dicen: 'señor Jorge'. Todas las cafeterías me saludan en mi cumpleaños, incluso antes que la ex.
Soy el centro del puto universo, de ese maldito universo del que todos son el centro. Todos somos parte de esa experiencia personalizada, tan personal, que solo dura dos minutos, como una paja; dos minutos, como palo de virgen. Dos minutos, como una vuelta en el tagadá.
Soy el primero que debe cruzar el semáforo en verde y el primero al que deben atender en la barra del bar; soy el más importante cliente en el restaurante y el más encantador comprador de café; soy el ser más importante del internet. Lo somos todos.
Le he pedido a mi celular que me llame por mi nombre, como lo hace Amazon para ofrecerme todo lo que me vende, porque soy un mimado del marketing, un caprichoso de atención.
Ahora los celulares tienen una cámara en la parte delantera, para que ya no tenga que ver al frente. Lo de al frente no importa, solo yo, esa masa gigante de grasa que ha adquirido el peso suficiente para que todo gire a su alrededor. Soy la estrella incandescente que alimenta lo que me rodea, soy lo que le da calor a las promociones que orbitan. Soy el centro del maldito universo.
Tengo a Rovio y sus Angry Birds diciéndome que no les he prestado atención, a decenas conocidos que me gritan para que les regale una vida, así sea para que se la jueguen, una vez más, en un azar de mierda en el puto celular. Pero tengo su atención.
Tengo decenas de fotos de hembras más buenas que la Madre Teresa de Calcuta que me miran con sus ojazos, desde la pantalla de mi celular, a través de esa maldita selfie con la que están obsesionadas. Pero me miran.
Tengo cientos de likes en mis fotos, y otras decenas de toques en el Facebook, tengo miles de compañías que me llaman por mi nombre, 'Jorge, aprovecha esta oferta', en el mail, y en la cafetería de turno me dicen: 'señor Jorge'. Todas las cafeterías me saludan en mi cumpleaños, incluso antes que la ex.
Soy el centro del puto universo, de ese maldito universo del que todos son el centro. Todos somos parte de esa experiencia personalizada, tan personal, que solo dura dos minutos, como una paja; dos minutos, como palo de virgen. Dos minutos, como una vuelta en el tagadá.
Soy el primero que debe cruzar el semáforo en verde y el primero al que deben atender en la barra del bar; soy el más importante cliente en el restaurante y el más encantador comprador de café; soy el ser más importante del internet. Lo somos todos.
Le he pedido a mi celular que me llame por mi nombre, como lo hace Amazon para ofrecerme todo lo que me vende, porque soy un mimado del marketing, un caprichoso de atención.
Ahora los celulares tienen una cámara en la parte delantera, para que ya no tenga que ver al frente. Lo de al frente no importa, solo yo, esa masa gigante de grasa que ha adquirido el peso suficiente para que todo gire a su alrededor. Soy la estrella incandescente que alimenta lo que me rodea, soy lo que le da calor a las promociones que orbitan. Soy el centro del maldito universo.